martes, enero 22, 2008

Incorporaciones automáticas







Las actividades que vengo desarrollando ofrecen una visión de mi experiencia que nada tienen que ver con la que pude aportar cuando estuve en China o en Kenya. Ahora vivo aquí, tengo una rutina de trabajo, y los descubrimientos y aprendizajes se incorporan rápidamente a mi vida sin apenas pasar por mi cabeza en forma de reflexión o curiosidad observada. De hecho, al sentarme a escribir, sólo se me ocurren asuntos que para mí son tan banales que no me parecen de interés general… Haré un esfuerzo, no obstante.

Los dominicanos son gente muy alegre y dicharachera. En cualquier lugar o situación una conversación fluye de forma natural: en los colmados, en los taxis, en bares o discotecas, con los vecinos, en el parque… es por ello que es un país cómodo para llegar e instalarse, te acoge rápidamente y enseguida empiezas a formar parte del tejido "platanero" o "aplatanado", como dicen aquí. Aplatanarse es dominicanizarse - léase el plátano como elemento básico de la dieta dominicana- y el aplatanamiento el contagio de la calma, tranquilidad -la torrija vaya- u otros rasgos dominicanos.

Los colmados son los centros de reunión por excelencia. Abren todo el día, y en ellos se pueden comprar productos de primera necesidad (botellones de agua, frutas y verduras, tabaco,…). También se va a los colmados a tomar (a beber), y hay gente sentada en la puerta tomando cerveza y ron casi a cualquier hora. Además, tienen servicio a domicilio, y te traen a casa lo que precises, cuando lo necesites, y sin recargo extra.

La zona colonial de Santo Domingo es el centro de la ciudad, y es donde se cuecen todas las actividades lúdico-festivas y culturetas. Es preciosa, y perdiéndote por sus calles descubres todos los monumentos e iglesias de la época colonial, de aquellos los conquistadores españoles. En el parque Duarte –a dos minutos de mi casa-, nos reunimos muchos a tomar unas cervezas compradas en el colmado de turno, y a charlar y hacer corito (como dicen aquí). Después, el que quiere seguir, se va a bailar a alguno de los muchos bares disponibles.

La música más escuchada aquí, y bailada, son la bachata, el merengue y la salsa. Todo el mundo las baila, y suena por todos lados a un volumen a menudo excesivo y molesto. Mi vecino, por poner el ejemplo más cercano, no tiene ningún problema en pincharse unos temitas a toda potencia a cualquier hora del día, de la noche o de la mañana. Menos mal que yo soy de buen dormir y capaz de abstraerme de cualquier ruido… Aquí sería un problema tener insomnio o sueño delicado, pues no existe la conciencia del respeto al de al lado en el sentido en que nosotros la conocemos.

Ayer se inaguró oficialmente la campaña electoral a las presidenciales de Mayo. Gastan auténticas millonadas, empapelan todas las paredes existentes, y sacan a la calle carros musicales (de nuevo explosión de decibelios), con bailarinas y grifos de cerveza: “Vote a Miguel Vargas, y de camino échese un bailecito y un traguito amigo”. Ese es el rollo, así que, a partir de ahí, podéis imaginar, extrapolando, cómo es la política en este país. Las tormentas, que han supuesto una gran catástrofe para gran parte del país, ya no son noticia, y el gobierno afirma que todo está perfecto, solucionado. Y a gastar en las campañas.

Con el trabajo estoy encantada. Tan implicada, que hasta sueño con él. Estoy aprendiendo mucho, y ahora que conozco a todos mis compañeros y a todo el equipo local, y que me siento una más –integradísima-, empiezo a comprender cómo funcionan las cosas y a tener capacidad de tomar decisiones de forma autónoma, y de generar ideas. Casi está confirmado que me quedaré hasta Junio –cómo se ha estirado la cosa, qué bien-. Una misión de 7 meses sí creo puede aportarme una experiencia completa e integral.

El trabajo en Acción Humanitaria es muy adrenalínico. Se ejecutan grandes cantidades de dinero en poco tiempo, y los resultados se observan de inmediato. Y es que los objetivos son más tangibles y concretos que los caracteristicos de intervenciones de desarrollo, porque persiguen dar asistencia de emergencia a las poblaciones afectadas, y no transformar estructuralmente la vida de las personas. Pretenden apoyar a las familias para que recuperen el estado en que solían vivir lo más rápidamente posible, y no mejorar sus condiciones de vida. Aunque esto no es del todo cierto, porque en teoría toda acción de ayuda humanitaria habría de mantener también un enfoque desarrollista; en el caso de Dominica, y en concreto en los lugares afectados por las Tormentas NOEL y OLGA, esto es absolutamente utópico, porque la gente vive en zonas de riesgo que volverán a inundarse cuado suceda otra tormenta. Muchas comunidades están ubicadas en la cuenca de los ríos, y estos son capaces de crecer de una forma asombrosa en poco tiempo, dando apenas tregua para evacuaciones o rescates. Así lo han demostrado: los ríos han “hablado” ya varias veces.

La planificación del territorio –si es que se puede decir que exista planificación de territorio- presenta zonas de alto riesgo, y como la gente vive en ellas, éstas constituyen un mapa de vulnerabilidad clarísimo.

El operativo en que trabajo tiene una componente de agua y saneamiento -provisión de agua segura allí donde los sistemas de agua quedaron dañados, con plantas de tratamiento y distribución con camiones cisterna-, de distribuciones de ayuda alimentaria, y, por último, de ayuda no alimentaria en forma de kits de higiene, kits de limpieza de las casas y calles, mosquiteros, lonas, mantas, kits para niños, etc.

Vaya, parece que el esfuerzo que tuve que hacer para empezar a escribir, lo tengo que hacer ahora para parar…

Besakos para todos.

miércoles, enero 02, 2008

Puerto Príncipe, Haití








La visita relámpago a Haití me ha sabido a poco y me ha despertado una intensa curiosidad y ganas de explorar el país más a fondo. Así de atractivo me ha parecido.

Haití es el país más pobre de todo el continente americano. Más pobre y más desordenado. Ocupa el puesto 146 en la lista de países evaluados con el IDH (Índice de Desarrollo Humano), de un total de 180 más o menos. Casi todos los que van por detrás son africanos.

La frontera es de unas características no sé si únicas (no he atravesado muchas fronteras por carretera), pero desde luego singulares. Transcurre a lo largo de la orilla de un lago, así que a la derecha de la carretera (entrando hacia Haití desde Dominicana) hay agua –y también en la carretera, tengo que decir, porque hay zonas inundadas por enormes charcos profundos- y mucha basura. Las dos partes de frontera están separadas por una sorprendentemente larga carretera “de nadie”, pues de veras es ésta tierra de nadie, pues no pertenece a ninguno de los dos países. Muchos camiones aparcan a lo largo de este tramo, y el es lugar en que se realizan todas las actividades de contrabando y trapicheo, para evitar pagar tasas y aranceles. Así, camiones cargados de huevos pasan su mercancía a carros que les hacen el trapi-favor y se llevan así unos pesitos, unos dólares o unas burdas.

El medio de transporte haitiano es el tap-tap. Son un híbrido entre coche ranchera y furgoneta, con un espacio detrás en forma de sala de espera donde se sientan los pasajeros (los que fueron afortunados y pudieron sentarse, pues el resto viajan de pie). Se llaman tap-tap porque para que pare el chofer hay que dar dos golpes en la chapa: tap-tap. Y de ahí proviene el nombre. Pero lo más sorprendente de los tap- tap, y lo más visible es la manera en que los pintan y decoran. Muchísimos colores y motivos variados, banderitas y lazos que los convierten en cuadros ambulantes; son auténticas obras de artesanía circulante.

Haití se parece más a un país africano que caribeño. Sus pobladores son de un color negro oscuro, y sus rasgos son mucho más africanos que los de los dominicanos, cubanos, portorriqueños… También ha conservado fuertes influencias culturales africanas, no dejándose ahogar por la imparable y masiva presencia gringa que inunda otros países de la región. Creo que por eso me ha gustado tanto.

Puerto Príncipe, la capital, acoge al 40 por ciento de la población del país, y tiene unos 2.5 millones de habitantes. Es una ciudad muy montañosa, se encuentra en un valle pero está dispuesta entre lomas, con lo que todo son cuestas y desniveles. Y mucha vegetación. Tampoco tiene edificios altos.

Durante el día hay mucha gente por la calle, y mucho tráfico y tapones, pero por la noche la ciudad queda desierta y tranquila, sensación que se acentúa gracias a la carencia de un alumbrado público homogéneo, y a la consecuente oscuridad que de la mayor parte de las calles. Desde las zonas altas la vista es preciosa, y se pueden ver el mar y la ciudad, salpicada de color verde.

La gente porta grandes bultos sobre sus cabezas con una habilidad asombrosa; todo lo llevan ahí, sobre un trapito colocado estratégicamente para evitar el dolor de los kilos transportados.

Dicen de puerto Príncipe que es una de las ciudades más peligrosas del mundo, porque se dan secuestros de vez en cuando, e imagino que atracos y robos – ¿y qué ciudad del mundo no sufre esta lacra?-. Se pueden ver coches de Naciones Unidas por todos lados, y cascos azules repartidos por toda la ciudad, armados hasta los dientes; en algunas esquinas, colocados estratégicamente, se encuentran tanques junto a los cuales la gente camina acostumbrados ya a esta “presencia bélica” aprobada por la comunidad internacional.

La gente que trabaja en organizaciones internacionales ha de seguir unas normas de seguridad que en general son muy estrictas, y de obligado cumplimiento. Éstas limitan la libertad de movimiento a determinadas zonas de la ciudad –zonas de seguridad-, y establecen horarios de entrada y salida.

La gente que conoce el país, o que ha venido antes, asegura que está mucho mejor de lo que solía, y que se ven cambios y mejorías. Y es que es un país muy castigado, con una historia desgarradora que lo ha llevado a una situación de inestabilidad de la que ahora comienza a escapar; proceso que, por lo reciente de los altercados, prácticamente acaba de empezar.

Un duro y largo camino por delante el que tiene Haití, que ojalá dirija a su gente hacia la estabilidad y el desarrollo; camino que, por otro lado, lo hacen un país muy interesante, que merece una gran atención a mi entender.

Stephen




Hoy escribo para escupir toda esta rabia que siento.

Me han dado la noticia de la muerte -el asesinato- de un amigo de Mwala. Fue secuestrado hace dos semanas y han encontrado su cuerpo en un bosque hoy. Las razones de este macabro hecho, que me ha dejado bloqueada, no se han esclarecido aún, pero parecen derivadas de la tensión y altercados que se están dando en Kenya. Una ola de violencia que me obliga, desgraciadamente, a retractarme sobre algo que escribí en un artículo hace escasamente un mes, y que titulé “Un país de paz”. Ahora, es un país en “guerra”. Esa armonía entre etnias que mencionaba no es ahora sino hostilidad acumulada que explota a raíz de un proceso electoral opaco y sospechoso. La estabilidad asegurada se ha transformado en una batalla en las calles; cientos de personas han muerto, y no parece que la solución esté cerca.

Estar tan lejos, no sólo geográficamente -que también-, sino en todas las dimensiones que la lejanía es capaz de crear, me hace reflexionar sobre la capacidad de desconexión que tenemos, o que tengo; y hace sentir mal. Todo esto me parece el capítulo de una serie de televisión. No parece real, porque esa realidad vivida hace apenas un mes, esa realidad que tan intensamente viví en Kenya, se ahoga ahora dentro de un mar de novedades y sensaciones a estrenar.

Qué egoísta mecanismo de defensa ése que nos lleva a grabar los momentos dulces de una forma indeleble, evitando sustituirlos por los aplastantes sufrimientos del mundo:

Ahí recuerdo a Stephen sentado, tomándose una Tuscker, con la botella verde en la mano, explicándonos cómo Kenya es un país de paz, y cómo los kenianos gente pacífica, tranquila, alegre y hospitalaria; qué paradoja que le tocara a él comprobar la violencia. Lo recuerdo llamándonos Compis, bailando en la pista de baile, conduciendo, traduciendo nuestros discursos en las reuniones con la comunidad o bendiciendo la mesa antes de servirse grandes cantidades de comida en el plato. Lo recuerdo probándose la camisa de ISF que le regalamos antes de irse, y llamándonos al altar el día que fuimos a escuchar su misa, con el micrófono en la mano. Lo recuerdo diciéndome su fecha de cumpleaños –que ya he olvidado- para comprobar cuál de los dos era mayor. Lo recuerdo también dando un discurso religioso en la fiesta de un colegio a la que nos invitaron, y lo recuerdo poniendo discos de Gospel y provocando así nuestras risas cómplices, cansados ya del cansino Gospel “de los cojones”. Así es como lo recuerdo. Por más que lo intento, no soy capaz de imaginarlo tirado en un bosque, muerto.

Otra vez ese puto mecanismo de defensa que me impide sentir lo que es la puta verdad.

Y así va este planeta… maldita capacidad de mirar para otro lado y de vivir ajenos a todos los horrores que suceden.

Y seguimos viendo las series en televisión...