martes, julio 08, 2008

Limpiabotas

En un cajoncito de madera, viejo y destartalado, podía leerse “felis navidad”, en pintura negra y descolorida. Lo heredaste de todas la generaciones de hermanos mayores que tú, y los años de uso eran evidentes a la vista. No eres el primero en usarlo, ni tampoco serás el último. Aún quedan unas cuantas generaciones de uso a tu cajón.

Estabas sentado en unos de los tantos parques Duarte de otros tantos pueblos dominicanos, con tus amigos, y sólo la presencia de ese tu cajón, en el centro del círculo que dibujábais, insinuó un pedazo de tu vida.

Me observabas curioso, disimulando y evitando cruzar tu mirada con la mía; misión imposible ante una mirada fija y persistente como la que mantuve. Finalmente cediste, miraste una vez más, y respondiste a mi sonrisa, pícaro. Yo no encajaba con el paisaje habitual del parque, tan rara, rubia y mirando sin cesar…

Te hubieses mostrado tímido si no hubieses tenido que mostrarte decidido ante los demás. Cuando te llamé para que te acercaras, agarraste tu cajón y te pusiste delante de mí, mirándome los pies, extrañado: contra unas chanclas poco podías hacer…

Conseguí que me mostrases el interior de tu cajón. Un trapo sucio y viejo, y un botecito de grasa. 10 pesos y dejas los zapatos como nuevos. Quise saber cuántos días trabajabas, y me respondiste que sólo los fines de semana; curiosa respuesta teniendo en cuenta que era martes por la mañana, un día de escuela para la mayoría de los niños. Unos cinco o seis pares de zapatos son tu media diaria, aunque el domingo, antes de misa, situándote en los lugares más estratégicos y adelantándote a otros compañeros, era un día en que casi podías sacar 100 pesos; la gente se muestra más generosa en sus pagos de domingo.

Llegó un cliente que, sin casi mirar ni saludar, levantó su pierna derecha poniéndola sobre tu cajón. Tu atención hacia mí decayó automáticamente, y empezaste a trabajar. Quince minutos sacando brillo a los mocasines de un señor que hablaba, o casi gritaba, a alguien que escuchaba al otro lado de su celular.

Me despedí, pero no me escuchasteis ninguno de los dos. Me respondieron desde el otro lado, desde el fondo de otros cajones de madera que felicitan la navidad con letras negras y descoloridas.