lunes, febrero 22, 2010

Un desastre y una oportunidad

















Cuando trato de mirar atrás para empezar a escribir cronológicamente, toda la información que hay en mi cabeza salta a primera página. Desde el día 12 de Enero el concepto tiempo se distorsiona, no medimos el tiempo en horas, o días, sino en resultados, en avances, o en frustraciones. Y es que cada día se sufren decepciones, e ilusiones; cada día está lleno de momentos intensos, de situaciones complicadas y de retos que superar. Han sido semanas emocionantes, en las que el trabajo en equipo se convierte en el soporte de cualquier acción. Cualquier progreso es una labor realizada entre todos, y cualquier retraso en un problema de todos. Y juntos vamos siempre hacia delante.

Merecen un homenaje los voluntarios de Cruz Roja Haitiana que, afectados directamente por el terremoto, están trabajando desde el principio con toda la fuerza y decisión. Algunos han venido de otras ciudades del país para trabajar en la respuesta en Puerto Príncipe; muchos han perdido su casa, a familiares y amigos, sus trabajos… y son una pieza clave para el equipo. Gracias por estar ahí.

Quiero comenzar con una denuncia firme a algunos medios de comunicación que, si bien son un actor más en los escenarios humanitarios, y muy importante, deben aprender a respetar la dignidad del pueblo desde el que comunican. Es cierto que el desastre es de una magnitud gigantesca, que es un drama sin precedentes, pero el periodista debe cubrir la noticia sin llegar a los extremos amarillistas que se han alcanzado con esta historia.

Debe respetarse a los muertos y a los vivos. Debe evitarse confundir a la audiencia con imágenes de violencia que no son más que episodios puntuales y que ponen a la población haitiana en un papel de salvajismo que no merece. Olvidaron mostrar las actitudes solidarias que han salvado muchas vidas, la lucha que día a día miles de personas mantienen para seguir adelante y para recuperar la normalidad. Si, Haití es el país más pobre de América, y sí, tenía graves retos que superar antes del terremoto, pero Haití es también un país orgulloso y luchador, que no entiende de compasión y misericordia.

Es justo y necesario que toda la comunidad internacional se vuelque en la reconstrucción de Haití, pero son los haitianos y haitianas los que serán los protagonistas de ese proceso; y ellos no merecen la imagen que los medios han mostrado.

Desde que entré en Puerto Príncipe me sorprendió la tranquilidad y entereza de la gente. Viviendo en campamentos espontáneos por toda la ciudad (en plazas, parques, aparcamientos, campos de fútbol...), sin acceso a servicios tan básicos como el agua potable, el saneamiento, la alimentación o la electricidad, miles de personas comenzaban de nuevo. La gente cantaba y rezaba por las noches, agradeciendo estar vivos. Las réplicas, muy frecuentes al principio y más espaciadas después, mantuvieron el nivel de estrés en la población durante las primeras semanas, temerosos de una nueva y fuerte sacudida. Incluso personas cuyas casas están en pie, temían dormir bajo techo por miedo a un nuevo temblor.

Las necesidades más urgentes durante los primeros días fueron la asistencia sanitaria a los heridos y las labores de rescate. Cientos de equipos de rescate se desplazaron desde distintos lugares del planeta para rescatar a los supervivientes que seguían bajo los escombros. El sistema sanitario haitiano estaba colapsado y los hospitales, muchos de ellos dañados por el terremoto (sino destruidos), albergaban a los heridos al aire libre, en los patios o en las puertas. El agua potable y la distribución de ayuda (mantas, toldos plásticos, kits de cocina y de higiene...) comenzaron pocas horas después del desastre aunque las necesidades eran tantas que la sensación era que la ayuda no llegaba. Llegaba, pero era insuficiente.

Los problemas logísticos a los que se enfrentaron en los primeros momentos las organizaciones humanitarias eran enormes, con el aeropuerto y el puerto fuera de servicio, las comunicaciones telefónicas imposibles, graves problemas de suministros (combustible, comida, agua…) o bancos y cajas cerrados durante días. Además, y esto es una singularidad de este desastre, las estructuras gubernamentales quedaron muy dañadas y las agencias de la ONU muy afectadas. Las oficinas de muchas instituciones cayeron o quedaron inutilizadas, entre ellas las de Cruz Roja, dificultando la operatividad y la organización de la respuesta. Sin espacio para trabajar o para vivir, hubo que poner en marcha campamentos y tiendas/oficina que ofrecían unas condiciones de vida y trabajo difíciles. Como consecuencia de este nivel de afección, las labores de coordinación –inmediatas en otros desastres- se complicaron y algunas mesas sectoriales (en general lideradas por agencias de NN.UU) tardaron algunos días en ser operativas.

Con todos estos retos encima de la mesa, la respuesta humanitaria se organizó todo lo rápido que fue posible, y las organizaciones han hecho despliegues muy impresionantes.

A medida que iban pasando las semanas, la vida iba resurgiendo en los campamentos espontáneos que se crearon, y empezaban los negocios informales, la venta ambulante y los puestos de comida. La población se ha organizado rápidamente, y todos los campos tienen sus comités gestores. Estos son los representantes de los habitantes del campo, y facilitan mucho el trabajo en cualquier sector. Realizan sus censos, hacen la lista de sus necesidades más básicas y en muchos casos escriben cartas a las organizaciones solicitando asistencia de una forma oficial, y muy solemne. Organizan las actividades comunitarias, son los interlocutores con autoridades y ONG y una pieza clave para la distribución de la ayuda.

Las condiciones de seguridad están tranquilas y, si bien ha habido episodios aislados o problemas en algunas distribuciones de ayuda humanitaria, en general la gente pacientemente espera la llegada de la asistencia. Se muestran comprensivos y colaboradores, siempre educados, y respetan el trabajo de las organizaciones humanitarias. Es admirable la fortaleza que muestran ante la situación que están viviendo, y ante un futuro aún plagado de incógnitas.

Miles de personas salieron de Puerto Príncipe para regresar a sus lugares de origen, y viven ahora con familiares o amigos en ciudades secundarias del país o en el medio rural. Es muy importante que la ayuda se inyecte también en estas zonas que, si bien no han sido afectadas por el terremoto, han visto modificado su día a día por albergar a mucha población desplazada. Asegurando que la ayuda llega a estos lugares se evitará que se dé un nuevo éxodo a la capital en busca de ayuda humanitaria, que dificultaría mucho el trabajo en Puerto Príncipe, ya de por sí complicado por ser un entorno urbano y altamente poblado.

Los retos son muchos, y el proceso será largo. La fase de emergencia será prolongada en el tiempo, y la temporada ciclónica está a la vuelta de la esquina. Cada vez que llueve no podemos evitar mirarnos y sentir que ahí fuera miles de personas no tiene dónde resguardarse. Los campamentos amanecen llenos de barro y las condiciones de saneamiento, ya complicadas por falta de drenajes y escasez aún de letrinas, se hacen más urgentes y complejas. La incertidumbre sobre la posibilidad de reubicaciones de población está en boca de todos y las soluciones técnicas al problema del cobijo son muy complejas dado el estado de hacinamiento y las incógnitas sobre la permanencia de los campos de desplazados, que en muchos casos se encuentran en terrenos privados o plazas céntricas.

Es triste ver la ciudad de Puerto Príncipe así, venida a menos, pero creo que ésta puede ser una oportunidad para Haití. Puede ser la oportunidad para reconfigurar este país y asegurar un desarrollo sostenible. Es el momento de invertir en las zonas rurales, en las ciudades secundarias para ofrecer oportunidades y servicios a la gente que se ha desplazado, despejando la ciudad de Puerto Príncipe mientras se reconstruye y evitando que de nuevo se convierta en la capital del hacinamiento y la masificación. Es una responsabilidad de todos los que estamos trabajando aquí apoyar este proceso para que Haití en unos años se convierta en un país que puede asegurar servicios a su gente, un país en el que se pueda vivir con dignidad.

La oportunidad está ahí; no va a ser fácil, pero es posible.