martes, noviembre 13, 2007

Elige



Ya estamos en la recta final de nuestra estancia en Kenya, y por tanto también cerrando los últimos asuntos en lo que a trabajo se refiere. Los viajes tan cortos producen una sensación extraña: al mismo tiempo parece que las semanas han volado, pero la sensación es de haber estado mucho, mucho tiempo.

Ayer, tras una reunión en Machakos, fuimos a un convento de clausura a saludar a unas monjas españolas que tenían ganas de conocernos. Tras las rejas -las que estaban tras las rejas eran ellas, no nosotros-, comimos un menú a la española que nos prepararon: patatas fritas y pechugas de pollo con ajitos, y de postre, pestiños.

Nos contaron un poco de su vida en el convento. Las dos señoras, de más de 60 años, llevan toda la vida adulta tras los muros de monasterios o conventos en distintos puntos del planeta. Han conocido mundo, sí: un mundo desde el interior; un mundo protegido por paredes de piedra; un mundo inmerso en el silencio. Pasan meses sin salir, y cuando lo tienen que hacer (para renovar el pasaporte, ir al médico o al hospital, asistir a un funeral de algún familiar…), les angustia. Prefieren estar dentro, protegidas dentro de su cárcel de paz, oración y vida espiritual. Ambas se declaran personas plenamente felices, que encuentran en su día a día eso que, dicen, más les llena. Cada vez se sienten más cerca de Él (de Jesucristo), y se sienten bendecidas cada minuto.

Con ellas se sentaban dos monjas kenianas jóvenes, de la zona, que llevan ocho años sin ir a casa de su familia, a menos de una hora de distancia. Ocho años sin dormir en su cama, cenar con sus padres y hermanos, u oler a tierra mojada cuando llueve. Ocho años sin ver a sus amigas de la infancia o pasearse por las calles del pueblo que les vio crecer.

Tras esta visita, fuimos con el padre Kennedy a tomar unas cervezas. Nos llevó a un sitio nuevo que no conocíamos. Allí estaban algunos de sus colegas de la diócesis, todos ellos padres que trabajan en las parroquias del distrito. Nos sentamos con ellos. Los botellines circulaban sin cesar, y las conversaciones se hacían cada vez más fluidas y ruidosas.

Nos cogimos una borrachera “como dios manda”, y cuando saqué mi cámara y empecé a hacer fotos, al enseñárselas, uno de ellos pronunció la frase de la noche: “The Pope must know this!”. Para qué dijeron ná… me hizo tanta gracia, que no podía parar de reir. La mesa empetá de botellines de cerveza, y todos con una borrachera bastante curiosa. “El papa tiene que saber esto”. Me faltó tiempo para seguir la broma, claro. “Voy a mandar estas fotos directamente al vaticano, que a Mr. Razinger Kenya se le está yendo de las manos…”. En fin, ya os podéis imaginar, guasa sin límites y bromas también sobre mi no-bautismo y muchas cosas más. El Miércoles nos van a llevar de marcha a un garito cerca de Nairobi, para despedirnos, donde retomaremos el cerveceo y añadiremos baile y música.


¿Monja o cura? Yo lo tengo claro.