La burbuja blanca

Costó llegar al restaurante porque algo se celebraba en la Plaza de Saint Pierre. A la luz de las velas, alineados anárquicamente a todo lo ancho y largo de la carretera, pequeños chiringuitos improvisados ofrecían a las cientos de personas diversos productos que no tuve tiempo de identificar desde dentro, o mejor, desde lo alto de mi TOYOTA Land Cruiser, equipado con radio de comunicaciones y demás accesorios imprescindibles para circular por la Ciudad de Puerto Príncipe (obsérvese cierto tono irónico en esta última afirmación).

Tuve tiempo para reaccionar y tomar una calle a la derecha que evitaría que me introdujese de lleno en la marabunta, y sin muchos problemas llegué al restaurante FL, popular entre la comunidad internacional y la clase alta haitiana por su variado menú, en el que puedes encontrar desde cafés italianos hasta ensaladas exclusivas, helados, pizzas y carnes a la parrilla. De todo, en definitiva. El parking, cerrado y vigilado por un guardián armado, estaba casi lleno, y hube de introducir mi enorme vehículo en un pequeño hueco ante la mirada inquieta y desconfiada del mentado vigilante, que aunque ya imaginaba el reluciente 4x4 de al lado arañada o golpeado, no osó a decir ni “mu”.

Sentadas en al terraza, la música nos llegaba desde la plaza de Saint Pierre, a un volumen cada vez mayor, y por la calle de atrás se escuchaban e intuían decenas de personas caminando animadamente hacia la fiesta.

¿Vamos a echar un vistazo? Decidido, iríamos a tomar algo cuando terminásemos nuestras Prestiges heladas y las dos ensaladas que acabábamos de pedir. En el restaurante, invadido por la música tradicional que flotaba desde un par de cuadras más arriba, había varios grupos de extranjeros, blancos todos, y una pareja mixta (haitiana y extranjero –blanco también-). Y los camareros, todos ellos haitianos vestidos con un elegante uniforme de colores pastel. La dueña del restaurante, una suiza habladora que ya conocíamos de otras ocasiones, se acerca a saludarnos y a decirnos que no tardarían en cerrar. Al preguntarle nosotras a qué se debía la celebración que tenía lugar en la Plaza, de forma despectiva, muy despectiva, nos explicó que era la celebración de las fiestas de San Pedro, y que llevaban 3 o 4 días “dando por culo”. Al preguntarnos si pensábamos ir y responder que si, nos dijo, desaprobándolo, que nosotras veríamos lo que hacíamos.

Entre la primera y la segunda Prestige, se acercó un señor al que no conocíamos, y que resultó ser el marido de la dueña del restaurante, para preguntarnos si estábamos seguras de querer ir a la fiesta que se celebraba ahí arriba. Si, queremos echar un vistazo, ver qué se cuece. Bueno, en realidad no pasa nada, dijo. Pero no perdió la oportunidad de contarnos el último secuestro a un blanco, acaecido unos días antes: un francés que al parecer cometió una imprudencia yendo a un lugar poco recomendable. Los secuestros express que se dan en Haití los sufren eminentemente los haitianos de familias adineradas, y sólo en algunas ocasiones son secuestros de carácter político. También ha habido casos de secuestros a extranjeros, pero son los menos y siempre los han soltado al toque.

Bueno, pues nada... dejémoslo para otra vez. La fiesta seguía sonando ahí arriba. Nos llama un amigo italiano; parece que hay una fiesta de despedida de no sé quién… Es aquí al lado, ¿vamos? Vamos. 20 dólares por cabeza.

De nuevo nos montamos en nuestros radiantes 4x4 identificados con las pegatinas de nuestras correspondientes organizaciones, y, rodeando la gran fiesta, empezamos a subir. La calle del Jet-Set está a reventar. El Jet-Set es un local de moda, siempre frecuentado por personal de instituciones internacionales (sobre todo por MINUSTOS, que es como llamamos a los militares de Naciones Unidas que componen la misión de paz en Haití -La MINUSTAH-) y que nosotras conocemos bien porque igualmente lo hemos frecuentado. Los chicos que aparcan los coches y que cada noche corren detrás de los vehículos para asegurárselos, gritando su nombre para que luego inequívocamente les des las 20 gourdas a ellos y no a otro, nos persiguen pero pronto se percatan de que no vamos a quedarnos. Seguimos subiendo, y entramos ya en zona residencial. Las empinadas calles de Petionville esconden tras cada curva magnificas casas que se cobijan detrás de la vegetación.

Llegamos al lugar de la fiesta, que identificamos en seguida por la multitud de carros aparcados a ambos lados de la calle. Dejamos los nuestros tras el último, y empezamos a caminar. Casi todos son vehículos que nos son bien familiares porque inundan puerto Príncipe: 4x4 blancos, con una gran antena VHF curvada, y con grandes letras negras a cada lado en las que se puede leer UN. Esto está lleno de Minustos.

La fiesta es en un hotel al que nunca habíamos entrado. Preciosas pinturas decoran cada hueco de pared, y el recepcionista en seguida nos dice: “La piscine est en bas”. El área de la piscina tiene una maravillosa vista de Puerto Príncipe. Algunos grupos están sentados en las mesas, charlando. Se escucha más ingles que francés. Todos blancos. Me encuentro a una amiga. El área de baile está abajo, en un lugar cerrado. Allá también está la barra, atendida por cuatro camareros, haitianos, uniformados escrupulosamente con pantalón negro, camisa blanca y pajarita negra. Dos Prestiges: 5 dólares. Me encuentro a varios amigos más: un Guardial Civil que estuvo trabajando en La Línea, personal de la embajada, y a un par de la cooperación española. De vuelta al exterior, a la piscina, en la escalera, encontramos a un amigo que conocimos en el Jet-Set. Es haitiano y es el DJ de la fiesta.

Me presentan a unos cuantos amigos: un policía español, un militar peruano y una australiana que trabaja para Naciones Unidas. Hablamos saltando constantemente del francés, al inglés y al español. Se acerca la hora. La piscina empieza a quedarse vacía, y la gente empieza a salir de la zona de baile. La 1 es la hora tope; es el toque de queda, todo el personal de Naciones Unidas tiene que estar en casa antes de la 1. Se para la música, se acaba la fiesta. Yo podría quedarme hasta las 2, pero también para mí se acabó la fiesta.

Nos montamos en nuestros radiantes 4x4, y, como cada vez, damos nuestros movimientos por radio a través de los distintos canales VHF:

Delegation delegation, mobil 039, a vous;

Alguien contesta desde el otro lado; nunca entiendo muy bien qué dicen, pero siempre sabes si te han entendido o no. Continúo con el mensaje:

Mobil 039 quite la position pour aller à la Residence, a vous;

Me contestan de nuevo, y cierro:

Procheme contact a l’arrivé, merci, terminé.

Al llegar a casa, una vez abierta la puerta del residencial:

Delegation mobil 039, a vous;
Mobile bien arrivé a destination, procheme contact au departe, avous;
Merci, terminé.

Saludo al vigilante, haitiano, armado, que dormita en una incómoda silla de metal. Bon nuit madame, me contesta.

Atrapada en la burbuja blanca.